Huérfanos.

Durante el mandato de Franco, se arrebataron miles de niños a sus padres y se entregaron a "familias aptas" bajo el apellido "Expósito", era una forma de impedir el rastreo, de ocultar su procedencia, de hacerles parecer huérfanos.
Hoy en día siguen naciendo niños de tercer apellido Expósito, algunos lo adoptan a lo largo de su vida, incluso ya adultos. Tienen padre, madre, familia.... y enfermedades desconocidas que les dan ese tercer apellido que condiciona su existencia. De todos es más que conocido que las farmaceúticas no obtienen rentabilidad buscando curas a enfermedades que sólo tiene una persona entre un millón. Lo que no se conoce tanto es que cada vez nacen más niños "Expósitos" y tampoco se busca una respuesta al por qué. La mayoría de los especialistas se limitan a hacer revisiones anuales para anotar y archivar los datos de preguntas de rutina cuando se dan cuenta de que no se van a colgar una medalla hallando el nombre y apellido de la enfermedad del niño. Otros se conforman con darte un juicio clínico basado en teorías y elucubraciones sin pruebas de por medio. Mientras los padres peregrinan de hospital en hospital, de especialista en especialista. En ocasiones oyen hablar de un eminente neurólogo con una consulta privada a 150 euros la consulta y, sin pensarlo dos veces, se lanzan a visitas mensuales (en el mejor de los casos) y, cuando no pueden pagarlo, solicitan a la eminencia en cuestión que les haga un hueco en su consulta del hospital público donde trabaja... y se encuentran con un rotundo no. De echo, aunque intenten llegar a esa consulta por otros caminos, los filtros le impiden llegar. Asi que muchas veces, estos niños tienen consultas en hasta 4 o 5 hospitales públicos y 1 o 2 consultas privadas. Aparte de eso, sus jornadas de trabajo son tan extensas que, literalmente, no tienen tiempo para poder jugar. Casos reales de niños que tienen 9 sesiones semanales de fisioterapia, 7 de logopedia, 2 de osteopatía... convierten a su familia en nómadas de las salas de espera... Suponiendo que no realicen terapias de Vojta, en ese caso, el niño ( y sus padres) tienen entre 28 y 30 (si, 28 y 30) sesiones de terapia semanales, cuatro por día en casa y al menos dos en el centro de rehabilitación... Y ni siquiera saben qué enfermedad tienen, cómo evolucionará, si evolucionará o involucionará... a veces ocurre que le dan un pronóstico degenerativo irreversible que deja a la familia moralmente destrozada. Pero suele ocurrir tambien que esa misma familia se crece ante la noticia en un par de semanas y comienzan una lucha mucho más intensa en pro de una reversión... sorprendentemente se pueden encontrar un año más tarde con un nuevo pronóstico que dice que, a lo mejor, la sentencia no era tal... que habría que repetir las pruebas... y siguen sin tener apellido. Uno de estos niños en tres años puede acumular sin ningún problema un centenar de radiografías, al menos una biopsia de piel y otra muscular, varias operaciones de menor o mayor importancia, cuatro scaners cerebrales y someterse a pruebas de respuesta muscular durante las cuales (sin ningún tipo de anestesia o sedación) se les insertan pequeñas agujas que rozan el músculo y, a través de un ordenador, transmiten descargas eléctricas de baja intensidad al músculo para obtener respuesta. Innumerables electroencefalogramas y, suponiendo que no tengan complicaciones de salud, unas 15 revisiones rutinarias anuales.
Y muchas, muchísimas personas insisten a sus familiares que estos niños tienen que tener una vida normalizada... Bueno, con todo mi amor le digo a esas personas que, cuando tengan un hijo de tres años y medio que, además de todo lo que he especificado antes, tiene una gastroestomia de alimentación, no mastica, no bebe líquidos, no camina ni se mantiene sentado, no entiende lo que se le dice ni puede comunicarse ( es decir, cuando se queja hay que adivinar qué le pasa) y posiblemente necesite oxígeno en un breve espacio de tiempo para poder hacer "SU" vida, entonces, intenten llevar una vida "normalizada", que, por ejemplo, intenten ducharle normalmente, acostarle normalmente, darle de comer normalmente, sacarle a la calle normalmente, enfrentarse a las miradas ajenas normalmente...
Yo, por mi parte y á día de hoy ( mañana quizás piense otra cosa) me limitaré a hacer todo lo feliz que pueda a mi niño durante todo el tiempo que tenga, pueden ser 20 años o 20 días, pero ¿quien te asegura que un niño sano puede permanecer sano toda su vida?...
Hablando con la profesora de mi hijo (hace tan sólo dos días me han preguntado cómo es posible que estos niños vayan al colegio, pues si, van al colegio) me contó una parábola muy interesante: la historia de un hombre que se queja durante toda su vida por que sólo come altramuces y, de pronto, un día, se da la vuelta y se da cuenta de que el hombre que tiene detrás sólo come las cáscaras de los altramuces... Siempre hay una historia peor, más triste, más dificil. Situaciones infinitamente más complicadas. Mi hijo tiene todos esos problemas, pero el hijo de mi amiga es autista hiperactivo con un retraso mental agudo... e ocasiones te mira y en sus ojos ves una súplica: ayudame a parar mi cuerpo, por que yo no puedo controlarlo. 24 horas al día en un estado de actividad incesante... no me quejaré de los altramuces, doy gracias por tenerlos.

Es increíble lo absurdo de ciertas actitudes humanas, y todos las tenemos. Se trata de esas que nos hacen sentir bien sin saber por qué, cosas que no nos reportan nada (ni bueno ni malo), ni a nosotros ni a los que nos rodean. Yo pliego todos los cartones para tirar y los meto a su vez en cajas más pequeñas... bato mis propios récords de vez en cuando. Hoy lo he batido. He metido en una caja de pizza congelada los cartones de dos packs de 4 litros de leche, una caja de palitos de merluza, los cartones de flanes, yogures, gelatinas y demás cosas que llevan cartón del frigorífico, el de una docena de huevos, los cartones de unas cuantas latas, el de otra pizza... y algunos más... sin romper la caja que los contiene, claro. Lo mejor es que me he sentido como si hubiese hecho algo grande... y en cierto modo ¿no es algo grande lo que he hecho? valorándo la situación, he conseguido alejar todo pensamiento de mi mente durante unos quince minutos, concentrarme en una acción vana que no lleva a ningún sitio (bueno, a llevar menos volumen de cartones al reciclaje)... He relajado mi cerebro en quince minutos de una manera sorprendente y me he sentido bien por haberlo conseguido.
Después de haberle dedicado un largo párrafo a la ardua tarea de doblar cartones por el placer de hacerlo, el resto de mi día no merece una mención menos especial. El Servicio Madrileño de la Salud (vamos, el pediatra del centro de salud), me ha regalado unos minutos del escaso tiempo que tiene asignado a su labor después de pasar un rato en una sala de espera a una temperatura insalubremente alta, la farmacia ha realizado su correspondiente recaudación y el supermercado me ha brindado una ocasión de comparar en directo las diferencias entre las opiniones políticas de la crisis y la situación de mi barrio.
Definitivamente, no ha habido en mi jornada ningún echo suficientemente relevante como para igualarse al plegado de los cartones (Dejando de lado la interactuación con mis chic@s, sobre la que podría empezar a escribir y no parar).
No es triste en absoluto que mi mayor logro del día hayan sido esos quince minutos ¿o acaso tu has conseguido algo similar hoy? ¿Has liberado tu mente sin hacer nada productivo? Es decir ¿Has hecho algo que no tenga finalidad práctica ninguna excepto la de alejar el estrés y la preocupación que nos corroe atrás?. Yo si.

Días como hojas.

El día ha pasado y ha sido un derroche de pérdidas, un ir y venir de voces que quieren ser oidas pero no desean que hagas nada al respecto de sus palabras. Es como escuchar a un desconocido que se sienta a tu lado en el autobús y, durante el largo trayecto de todo un día te cuenta como le va la vida... nunca harás nada al respecto, pero contártelo te convierte en cómplice de su trajedia o su foruna. De algún modo te cambiará lo que ese extraño te ha contado, quizás tu próxima decisión no sea la misma que hubiera sido si esa persona no te hubiese elegido para sus confesiones, quizás te haya pegado la gripe... de algún modo, la información que te ha dado te afectará... Y esa es una autopista de doble sentido. Por eso el día ha sido como hojas de otoño agitadas brutalmente por la ventisca fría del invierno: una pequeña hoja no molesta, una pequeña brisa se agradece. Pero las hojas se amontonan y el viento se vuelve agresivo cuando las empuja contra tu cara, contra tu cuerpo y lo que quieres es que acabe el viento, que las hojas vuelvan a los bordillos... un lugar seguro en el que eres tú quien decide si las mueve al andar o pasas sabiendo que están ahí, pero sin hacerlas caso.