El día ha pasado y ha sido un derroche de pérdidas, un ir y venir de voces que quieren ser oidas pero no desean que hagas nada al respecto de sus palabras. Es como escuchar a un desconocido que se sienta a tu lado en el autobús y, durante el largo trayecto de todo un día te cuenta como le va la vida... nunca harás nada al respecto, pero contártelo te convierte en cómplice de su trajedia o su foruna. De algún modo te cambiará lo que ese extraño te ha contado, quizás tu próxima decisión no sea la misma que hubiera sido si esa persona no te hubiese elegido para sus confesiones, quizás te haya pegado la gripe... de algún modo, la información que te ha dado te afectará... Y esa es una autopista de doble sentido. Por eso el día ha sido como hojas de otoño agitadas brutalmente por la ventisca fría del invierno: una pequeña hoja no molesta, una pequeña brisa se agradece. Pero las hojas se amontonan y el viento se vuelve agresivo cuando las empuja contra tu cara, contra tu cuerpo y lo que quieres es que acabe el viento, que las hojas vuelvan a los bordillos... un lugar seguro en el que eres tú quien decide si las mueve al andar o pasas sabiendo que están ahí, pero sin hacerlas caso.